Un lugar donde podrán conocerme un poco más, estar al tanto de las novedades y también donde podrán encontrar reseñas, entrevistas y tips para hacer más fácil la vida como escritores.
Eva Pardo, La Mujer del Teatro, es una mujer que no tiene
escrúpulos, por lo que es una leyenda en sí misma por la fama que se ha hecho a
través de los años.
Guido Barker es un joven que el mismo día que muere su madre
se entera de que fue adoptado y comienza a buscar a la mujer que lo vendió. Y
no la busca para encontrar amor o respuestas, lo que busca es venganza.
Una historia llena de maldad, intrigas y mentiras con un
final diferente.
Esta novela es especial para mí, pues Eva Pardo es algo así como mi alter ego.
I
Eva
Pardo contempla la última escena de la obra en su asiento en primera fila. Los
actores están haciendo un excelente trabajo y en este último cuadro dejan el
alma en la presentación. Eva apenas sonríe y al finalizar la actuación todo el
público aplaude de pie y, aunque ella también se levanta, no aplaude con tanta
vehemencia como lo hace el resto. Ella no adula a nadie y no comenzaría a
hacerlo ahora.
Juan
Ignacio, uno de los mejores productores, no observa a los actores. La mira a
ella. Nunca había tenido la suerte de estar tan cerca de la leyenda del teatro
y se pregunta si las historias que se cuentan alrededor de esa mujer son
verdad.
El
actor principal, Mariano Robles, la llama y la hace subir con ellos. Las
miradas de Juan Ignacio y Eva se encuentran un solo segundo y eso basta para
hacerlo desear mucho más a esa mujer.
Terminada
la actuación y tras el cierre del telón, todos los invitados de esa noche se
dirigen al bar del local, donde ya está preparado un lujoso cóctel.
Eva
también acude al lugar, va acompañada de su fiel asistente, Gabriel Mendoza,
quien lleva trabajando con ella veinte años.
―¿Cómo
crees que salió todo, Gabriel? ―pregunta la mujer deteniéndose justo antes de
entrar al bar.
―Como
siempre, mi doña, que es que la actuación de esta noche fue la mejor de todos
los tiempos ―contesta Gabriel con su típico acento colombiano, el que no ha
perdido a pesar de los años fuera de su país.
―Esta
es la última noche de la compañía antes de irnos en la gira más importante, y
la última, antes que cierre la compañía en España, por lo que todo,
absolutamente todo, hasta el final, hasta el último segundo, debe salir
perfecto, supongo que te hiciste cargo de todo.
―Claro
que sí, mi doña, que hasta el último detalle está cubierto.
―Así
me gusta, Gabriel. Eres un buen perro fiel.
Eva
apura sus pasos hasta la barra del bar y pide una copa de champaña, la golpea
con una pequeña cucharilla el cristal para llamar la atención de los presentes.
―Buenas
noches a todos ―habla en voz alta―. Bienvenidos.
La
gente reunida allí responde a su anfitriona alzando sus copas.
―¡Por
el cierre de Everwood en España! ―exclama con su copa en alto―. Disfruten, esta
noche es suya. ―Apura el contenido de su vaso y todos hacen lo mismo.
Eva
observa todo alrededor. El bar, en tonos lila, es de una elegancia exquisita,
las luces de neón adornan las paredes y el espejo tras el bar, da un aire de
intimidad al lugar. La mujer observa a Gabriel dar órdenes a algunos meseros
para que no falte nada a nadie y que la atención a la gente esté a la altura de
la ocasión.
―Espero
que por una vez en tu vida estés orgullosa de nosotros. Fue una actuación
sublime. ―Mariano aparece tras la mujer.
Eva
se voltea y observa a su empleado con desdén.
―Sí,
actuaron bien ―responde con aire distraído. Ella jamás halaga a nadie y mucho
menos a sus empleados.
―Por
favor, Eva, ¿solo bien?
―¿Qué
quieres, Mariano?
―Que
por una vez en tu puta vida, aprecies lo que hacemos, jamás hay una palabra de
felicitación, de... ¡De nada, por la mierda!
―Actuaron
bien. Que eso te baste, no diré que estuvieron fabulosos ni que estuvieron
maravillosos, mucho menos sublimes. Agradece que no te enrostre todas las
fallas que tuvieron.
―¡Joder,
Eva!
La
mujer termina su trago y se aleja del actor, él no reacciona de inmediato y
cuando lo hace avanza unos pasos y la toma del brazo con violencia. Ella se
vuelve hacia él y mira la mano del actor en su brazo. Él la suelta, como
impelido por una fuerza oculta.
―No
me provoques, Mariano, si no te gusta, vete, sabes que no retengo a nadie a la
fuerza, pero no me provoques ―advierte con un tono de profunda amenaza.
El
joven actor queda con un mal sabor en la boca. Su jefa nunca ha tenido nada
bueno que decir, ni siquiera ahora, que ya nunca más van a actuar juntos, él no
se irá a la gira con su compañía, ya tiene firmado un contrato con una
televisora con la cual está grabando una telenovela, por lo que viajar en este
momento, es imposible para él.
Juan
Ignacio, por otra parte, en cuanto ve aparecer a Eva, se levanta de su asiento
y avanza hacia ella, sin embargo, Claudio Estay, un gran músico chileno
residente en Alemania, se interpone en su camino.
―Juan
Ignacio Montt, ¿cómo estás?
―Claudio
Estay, tanto tiempo, no te había visto, ¿qué haces aquí?
―Estaba
con mi grupo, la música que oíste en la presentación es nuestra. Eva, La mujer del teatro, quería algo
especial para esta obra, como es la última...
―La
música debía estar a cargo de los mejores ―asiente Juan Ignacio.
―Claro.
―Claudio larga una risotada―. Pero como estaban ocupados, nos llamaron a
nosotros.
El
productor echa a reír, Claudio siempre salía con alguna broma; desde que lo
conoció, nunca había perdido su buen humor. Era un ser muy especial.
―Nunca
te tomas nada en serio, peladito. ¿Andas con Susanne?
―No.
Ella se tuvo que quedar, tenía pacientes que no podía dejar, pero viene mañana
para aprovechar de pasar unos días acá y luego volver a Alemania.
―Qué
bien, ojalá alcance a verlos antes de irme, tengo que viajar a Canadá por un
asunto familiar.
―Ella
llega a las once de la mañana, nos podemos ver a la hora de almuerzo.
Diez
minutos pasan en amena charla, en la que se ponen al día con sus vidas hasta
que una llamada telefónica al músico, interrumpe su conversación. Juan Ignacio,
se decide ir por Eva, quien no ha dirigido, ni siquiera una sola vez, su mirada
hacia él. Y ahora, que está libre para ir a buscarla... la pierde de vista.
La
velada termina cerca de las doce de la noche y el hombre, que no ha podido
acercarse a la mujer, pide a un mozo un trago y se sienta a esperar. No se iría
sin antes hablar con ella.
Eva
observa al hombre que está sentado como si pretendiera no irse. La fiesta
terminó ¿o está tan borracho que no se ha dado cuenta? Juan Ignacio nota la
mirada de desconcierto de Eva y no se mueve. Toda la noche estuvo tras ella,
ahora tendría que ser ella la que llegara a su lado. Aunque solo fuera para
encararlo.
―Buenas
noches ―saluda con amable cinismo la mujer―. Juan Ignacio Montt, qué honor
tenerlo aquí esta noche, me pareció verlo entre el público esta noche.
"Solo
entre el público", protesta el hombre en su mente.
―Agradezco
su asistencia ―termina Eva, a las claras lo está echando.
El
productor deja su vaso en la mesita de junto y se levanta displicente.
―No
hemos hablado en toda la noche, Eva ―dice el hombre muy cerca de su cara, ella
no se amilana, sostiene con irónica mirada la penetrante vista de él―. ¿Qué te
hace pensar que quiero irme sin haberlo
hecho contigo?
Eva
alza las cejas y curva sus labios, el claro doble sentido y la voz profunda del
famoso productor le provocan risa, quiere burlarse en su cara de él, pero
decide que jugará un rato antes de darle el zarpazo final. Ningún hombre la
seduce y vive para contarlo. Todo hombre que cae en su lecho, debe ir
preparando su féretro.
―¿Qué
me dices, Eva, quieres quedarte conmigo esta noche?
―¿Por
qué haría una cosa así?
―Porque
muero por conocer que hay detrás de "La
mujer del teatro", quiero saber qué tan ciertas son las historias que
se tejen a tu alrededor.
―No
creo que quieras saberlo.
―Quiero.
No sabes cuánto deseo hacerlo.
Eva
toma el vaso de la mesita, el vaso de él, y toma un sorbo sin dejar de mirarlo.
―Lástima
que no tengamos otra copa, podríamos brindar... mirándonos a los ojos.
―No
me costaría nada ir por otra ―ofrece el hombre entusiasmado con la actitud de
la actriz. Una más que cae en sus redes. No creyó que caería tan rápido, pero
claro, piensa, Eva ya es una mujer grande, con los pies bien puestos en la
tierra y que no tiene a nadie que darle explicaciones, lo más seguro es que,
como él, tome lo que quiere y ya. Y ahora lo quiere a él, tanto como él la
quiere a ella.
Un
mesero trae una bandeja con dos copas de champaña y unos picadillos. Gabriel la
conoce tan bien que ya se había ocupado de lo que necesitaba su dueña.
Sí,
su dueña, por duro que parezca, él le pertenece en cuerpo y alma a esa mujer.
Todo lo que ella quiere, todos sus deseos, hasta el más ínfimo capricho, ahí
está él para concedérselo, aunque su corazón sangre como ahora, y por más celos
que sienta, preparará cada detalle para que ella y su amante tengan la mejor
noche de pasión.
Gabriel
sonríe y menea la cabeza para apartar esos pensamientos de su cabeza. Sí, puede
que ese hombre disfrute esta noche del cuerpo de su amada, pero jamás
compartirá nada más con ella, porque ningún hombre sobrevive a la cama de Eva
Pardo, La mujer del teatro, la que
busca venganza en cada uno de sus amantes. Solo un hombre ha disfrutado de la
cama de Eva más de una vez. Solo un hombre la ha visto en todos sus momentos. Y
ese es él mismo. Eso es lo único que lo consuela. Aunque ella se acueste con
otros.
Miranda es una mujer que después de diez años de sufrir
maltrato por parte de su pareja, Lorenzo, decide abandonarlo. Se muda a una
nueva casa, busca un nuevo trabajo y determina que su corazón nunca más va a
ser dañado.
Ella llega a trabajar con Roberto Cedeño, hermano mellizo de
José Miguel, pero las cosas no le resultan tan fáciles, pues Lorenzo no la
dejará en paz y José Miguel tampoco, que está enamorado de ella y quiere sanar
sus heridas, pero ella no se lo hará fácil.
Una historia que te hará llorar, pensar, replantear tu vida
y, por supuesto, enamorarte.
Busco encontrarte es una novela basada en la canción de Tarifa Plana del mismo nombre, dejaré el vídeo al final del primer capítulo.
Capítulo 1
S
entí en
mi cara la mano de Lorenzo como tantas veces. Y no con amor, sino con todo el
peso de su rabia. Sabía que me quedarían marcados, un par de días, sus dedos en
mi piel, pero, por sobre todo, en el corazón.
―¿Me
vas a decir quién era ese tipo? ―me interrogó una vez más.
―No
lo conozco ―aseguré por enésima vez.
Por
una estupidez. A la salida del mercado,
mi novio observó cuando un hombre me habló para pedir indicaciones por una
dirección, sin embargo, él no me creyó, al contrario, pensó que ese tipo y yo
teníamos algo así como una relación clandestina y que la supuesta dirección no
era más que un código entre los dos para encontrarnos a escondidas. Jamás había
visto al hombre y estaba segura de que jamás lo volvería a ver.
―Mentirosa.
―Alzó la mano y yo cerré los ojos, esperando el golpe.
¿Cómo
podía aguantar a un hombre así?, me pregunté como tantas veces. Y una vez más,
no tenía respuesta. O sí...
―¿No
ves cuánto te amo? ―Dejó caer una lágrima.
Yo
lo miré unos segundos, ya no sentía lástima por él, la sentí mucho tiempo,
intentaba comprenderlo, reafirmarle mi amor, pero ya no podía.
―¿No
lo ves, amor? ―volvió a preguntar, apoyando su frente en la mía por un momento,
luego, unió sus labios con los míos y me besó, posesivo, casi enfurecido. Yo me
dejé hacer, sabía que si no lo hacía, vendría la represalia. Y ya no quería.
―Te
amo tanto, Miranda, que si tú me dejas, no voy a poder seguir viviendo, sin ti
mi vida no tiene sentido. Prométeme que no me dejarás.
―Lorenzo...
―Dime
que me amas ―exigió.
―Te
he demostrado mi amor tantas veces y de mil formas distintas.
―Lo
sé, amor, lo sé, perdóname ―suplicó acariciando mi roja mejilla―, pero tú me
pones tan mal, si tan solo no me dieras motivos, no soporto verte coqueteando
con otros hombres...
Motivos.
Coqueteando. Durante mucho tiempo creí que de verdad era yo quien le daba
motivos, sin embargo, ahora estaba segura que él no necesitaba ningún incentivo
para golpearme. No era yo el problema, era él.
Me
empujó a la cama y me hizo el amor, si es que al sexo que tuvimos se le puede
llamar amor.
La
mañana siguiente me fui a mi trabajo ocultando el moretón de mi cara bajo el maquillaje.
Y tomé una decisión: lo dejaría.
Llamé
a una conocida Corredora de Propiedades y arrendé un departamento pequeño en el
sector norte de la ciudad, lejos de donde mi novio solía andar. Me enteré de un
trabajo lejos del mío, al cual postulé; aunque era un reemplazo por un mes, no
me importó; más adelante podría buscar algo más, lo único que me interesaba en
ese momento, era salir de donde estaba. Lo haría sin avisar, de otro modo,
Lorenzo jamás lo permitiría. Una vez que quise terminar con él, me golpeó de
tal modo que estuve un mes con licencia, me gritó que si no era de él, no sería
de nadie. Y no me iba a arriesgar de nuevo, quizás, esta vez, no tendría la
suerte de salir viva.
Pasado
el mediodía, me llamaron del nuevo trabajo, solicitando una entrevista para las
cinco de la tarde. Pedí permiso para salir antes y me fui.
Roberto
Cedeño me recibió y luego de ver mis antecedentes y conversar de algunas cosas,
cerró la carpeta y me miró satisfecho.
―El
trabajo es un reemplazo por un mes ―me explicó otra vez―, la secretaria de
planta se debe operar por lo que necesito una persona por el tiempo que ella
esté fuera. Inicialmente esto sería por un mes, aunque puede alargarse por dos,
no creo que más que eso, si usted está dispuesta a trabajar por ese tiempo, el
puesto es suyo.
―Necesito
este trabajo, aunque solo sea un mes. Será el impulso que me falta ―respondí
sincera.
Él
asintió con la cabeza.
―Magdalena,
mi secretaria, se va el próximo lunes, ¿puede comenzar a trabajar el miércoles?
Así tendrá tres días para ponerse al tanto de las responsabilidades que se le
asignarán antes de quedarse sola en el puesto.
―No
hay problema ―contesté con seguridad.
Decidí
en ese mismo instante que renunciaría al día siguiente; aunque perdiera el
sueldo de ese mes, lo que más me importaba en ese momento era salir de las
garras de Lorenzo.
Por
la mañana me levanté dispuesta a iniciar una nueva vida. Ese día, Lorenzo tenía
libre y al siguiente, turno largo en la clínica, lo que significaba que se iría
a las seis de la mañana y ya no volvería sino hasta las doce de la noche, lo
que me daría tiempo a sacar mis cosas y llevarlas a mi nuevo departamento antes
de entrar a mi nuevo trabajo. Y empezar de nuevo.
Nada
más llegar a la oficina, me apersoné en la oficina de mi jefe para anunciarle
mi renuncia tan abrupta.
―Es
por tu novio, ¿verdad? ―me preguntó, casi como una afirmación.
―Algo
así.
―¿Ya
te prohibió trabajar?
Yo
lo miré sorprendida.
―Todos
sabemos que él te violenta, el problema es que nadie sabía cómo ayudar,
pensamos en algún minuto denunciarlo, pero creímos que tal vez fuera peor,
sobre todo si tú no querías dejarlo.
―Me
voy de esa casa ―dije lacónica, de nada servía negar lo innegable.
―Te
escapas ―afirmó.
―Sí,
no puedo seguir con él, por eso tampoco puedo quedarme a trabajar aquí. Me
encontraría.
―En
ese caso, Miranda, te deseo toda la suerte del mundo, pasa por contabilidad
ahora mismo, daré la orden que se te cancele el mes y la indemnización como si
nosotros hubiésemos prescindido de tus servicios. Si vas a iniciar una nueva
vida lejos de ese hombre, necesitarás dinero. Puedes irte a tu casa ahora mismo
para que arregles tus cosas.
―No
es necesario, don Agustín ―repliqué sin querer parecer malagradecida.
―Sí,
lo es, lamento mucho no haber hecho algo más por ti antes, o por lo menos haber
hablado contigo, pero ya sabes, a uno le da miedo meterse en líos de pareja, no
todas las mujeres quieren ser salvadas.
―Es
cierto, hasta hace un tiempo yo era una de esas ―admití con pesar.
―Pero
ya no, ¿verdad? Ahora lo dejarás e iniciarás una nueva vida lejos de ese
hombre.
Asentí.
Don Agustín se levantó de su asiento, yo lo imité, me abrazó con fuerza.
―Que
te vaya muy bien, Miranda, si necesitas algo, cuenta conmigo, si necesitas más
dinero, si tienes que irte más lejos para apartarte de él, cuenta conmigo, sin vergüenza,
¿de acuerdo?
―Muchas
gracias, don Agustín.
Me
dio un afectuoso beso en la mejilla a modo de despedida. Ya no lo volvería a
ver. De todos modos, no me fui temprano, no podía, ni quería, volver a casa
antes.
Por
la tarde, como cada vez que Lorenzo tenía libre, me fue a buscar a la oficina a
la salida. Yo iba sacando las llaves de mi coche, apresurada, para llegar a
tiempo y que él no pensara que me había quedado con alguien en el trabajo,
cuando mi cartera cayó, volcando todo el contenido, desparramándose en el
suelo. Un hombre acudió a ayudarme.
―No se preocupe, estoy bien ―farfullé con
rudeza.
El
hombre se me quedó mirando sorprendido, yo devolví la mirada con culpa, si
Lorenzo nos veía, tendría un duro recuerdo de mi último día con él.
―No
necesito su ayuda, puedo sola, no se preocupe, puede irse por donde vino
―insistí molesta.
―No
―respondió enojado el hombre que intentaba ayudarme, se levantó y se fue.
Yo
seguí recogiendo mis cosas bajo la atenta mirada de Lorenzo que no hizo amago
por ayudarme.
―¿Vamos,
amor? ―Me tomó la mano sin esperar respuesta y caminamos hasta mi automóvil.
Me
pareció muy extraño que no me celara con el hombre que me ayudó con mi cartera,
pero no dije nada, era mejor no hacerlo. Al entrar a la casa, me llevé una
sorpresa mayúscula. Mi novio había preparado unos ricos picadillos, tenía unos
tragos excéntricos y un ramo de rosas enorme.
―¿Y
esto? ―consulté algo nerviosa.
―Es
para disculparme por lo de ayer ―contestó acariciando mi mejilla.
―No
tenías que hacerlo.
―Quería
hacerlo ―respondió simplemente y me besó, con un beso profundo y tierno.
Comimos
conversando de todo y de nada y, por un momento, me arrepentí de lo que pensaba
hacer, cuando él se comportaba bien, era un amor de persona, en cambio, cuando
no...
―¿Qué
pasa, amor? ―Lorenzo me sacó de mis pensamientos con un dulce beso en los
labios.
―Nada,
estoy un poco cansada.
―¿Mucho
trabajo hoy?
―Sí,
demasiado ―contesté sin más.
―Deberías
hacerme caso y dejar de trabajar, con lo que yo gano, podemos vivir cómodamente
los dos.
No
contesté.
―Es
tarde, ¿vamos a dormir? Mañana voy a irme un poco antes, Andrea tuvo un
problema y nos dividiremos su turno con Francisco.
―¿A
qué hora te irás?
―A
las cuatro.
―No
vas a dormir casi nada ―repuse mirando la hora, era pasada la medianoche.
―No
importa, quería estar contigo.
Un
nuevo beso y hacer el amor era inminente. Lo hicimos en el sofá y luego nos
fuimos a dormir.
Apenas
me aseguré que se había ido, me levanté y arreglé un bolso con mi ropa. Antes
de las seis salí de casa y me dirigí a mi nuevo departamento. Por fin me
liberaba de Lorenzo.
Llegué
a mi nuevo trabajo antes de las nueve, me presenté en recepción y me condujeron
a la oficina que ocuparía durante el siguiente mes, en el piso dieciséis, a la
entrada de la oficina de don Roberto.
Magdalena
era una mujer mayor, de unos cincuenta años, muy simpática y agradable; con
gusto, me enseñó todo lo que debía saber. La mañana se pasó muy rápido entre
muchas cosas que debíamos hacer.
A
la hora de almuerzo, me llevó con ella al casino
―Hola,
niñas ―saludó a un grupo de mujeres que estaban en una mesa reunidas―, les
presento a Miranda Valle, ella es quien me reemplazará este mes, espero que la
acojan y la traten muy bien, no me dejen mal ―bromeó.
―Hola,
Miranda ―saludaron a coro como si se tratara de niñas de escuela saludando a su
profesora.
―Hola
―respondí con timidez.
―Siéntate.
Ella es Rocío, Ana María, Jacqueline y Sandra ―me indicó a cada una de las
chicas a medida que las iba nombrando―, ellas trabajan en otras áreas de la
empresa, pero todas somos secretarias, ya verás que te llevarás bien con ellas.
―No
te vayas a asustar, sí, porque estamos un poco locas ―explicó Jacqueline
divertida.
―Habla
por ti ―replicó Sandra tan de buen humor como la primera.
―¿Qué?
Ustedes están locas ―repuso Ana María.
―A
ver, yo sé que ustedes están locas, pero ¿yo? ―Rio Rocío.
―No,
perdóname, yo sé que ustedes están locas, pero ¿yo?
A
la última intervención de Sandra, la carcajada fue general. Eran muy agradables
y risueñas; eso me gustó, me sentí en confianza de inmediato, lo cual era muy
extraño en mí. Esa dosis de humor que tenían ellas, me haría bien, estaba
segura de eso.
A
la salida, Magdalena me explicó que se juntaban todas en el ascensor para bajar
juntas las siete y cinco en punto.
Adentro, iba un hombre que me pareció conocido, pero no supe de dónde, sin
embargo, lo dejé pasar, aunque, en mi interior, deseé que no fuera uno de los
tantos amigos de Lorenzo. Las chicas lo saludaron con un escueto y respetuoso: “Buenas
tardes” y él contestó de igual forma. Yo, como me había quedado pensando en que
lo conocía, no lo saludé y me sentí mal por ello, sobre todo al sentir, sobre
mí, su mirada insistente.
Las
chicas se bajaron en el primer piso, irían a un pub cercano, al cual decliné la
invitación, aduciendo que tenía cosas que hacer. El desconocido y yo seguimos
hasta el sótano, donde se encontraba el estacionamiento.
―Buenas
tardes ―murmuró al salir, a toda prisa, del ascensor.
―Buenas...
―No alcancé a terminar mi frase cuando ya había desaparecido.
Llegar
a mi casa sin temor a haber hecho algo que molestara a Lorenzo, me hizo sentir
libre, liberada, feliz.
Sin
comer nada y solo sacando de mi bolso la ropa que usaría al día siguiente para
ir a trabajar, me acosté. Ya no tenía a quien darle explicaciones si no estaba
todo en su lugar. Ya arreglaría el desorden.
La empresa de Macarena Véliz está al borde de la quiebra y
Carlos Saravia le ofrece una salida: casarse con su hijo Vicente y permanecer
en ese estado por largos siete años.
Vicente es un hombre mujeriego que vive de la farándula y
los escándalos televisivos, en cambio, Macarena es una joven de bajo perfil, a
quien no le interesan esos temas, jamás ve televisión, por lo que cuando le
proponen este trato, no sabe quién es su futuro esposo.
Las cosas se complican cuando ella descubre que el hermano
de su prometido es su mejor amigo y que todo lo que hay en su pasado no es
casualidad, que todo en su vida, hasta ahora, es una mentira.
Esta es una novela muy especial para mí, pues en ella participaron mis amigos de Facebook, cada uno tuvo un papel y pues esto fue lo que salió, al final, dejo el booktrailer de la novela y también el vídeo de agradecimiento a todos los que participaron.
Prólogo
Leí el E―mail una y otra vez, no podía dar crédito a lo que veían mis
ojos. Volví a releer:
“Señorita Macarena Véliz:
Por medio de la presente y, en vista que ustedes
como empresa no han cumplido con su parte del trato, me veo en la obligación de
retirar mis acciones y liquidar nuestro contrato. Espero mi dinero, depositado
a mi cuenta bancaria, en un plazo no mayor a cuarenta y ocho horas.
De querer llegar a un acuerdo comercial, el único
trato que estoy dispuesto a aceptar es el que usted acceda ser la esposa de mi
hijo Vicente Saravia.
Esperando su respuesta a la brevedad, para afinar
los detalles en caso de recibir buena acogida al acuerdo, se despide
atentamente,
Carlos Saravia Gálvez
Director De CSG Ltda.”
Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos, las sienes me palpitaban.
No podía aceptar un trato así, pero, por otro lado, estaba el tema del dinero,
si Carlos Saravia retiraba su dinero…
¿Qué haría? ¿Dejaría que la empresa de tantos
años se fuera a pique por mi culpa? ¿Dejaría que todo el esfuerzo de mi padre y
mi abuelo se fuera al tacho de la basura?
Tal vez, ellos tenían razón y no debí tomar las riendas de la empresa.
Ellos querían que fuese un hombre quien lo hiciera. Quizás, eso debí hacer,
poner a cargo a otra persona, un hombre que llevara la empresa tal como lo
habían hecho mi padre y mi abuelo, pensé desesperada por esta situación.
Me eché hacia atrás en el enorme sillón, si antes me sentía pequeña en
él, ahora me sentía peor. Si tan solo uno de ellos estuviera vivo, esto no
estaría pasando. Ellos sabrían qué hacer. Pero no estaban. Un estúpido accidente
los arrebató de golpe de mi vida.
Y respecto al hijo de Carlos Saravia, ni siquiera lo conocía, aun así, abrí
mi correo y, tomando aire, confundida, avergonzada y total y absolutamente
desesperada, escribí la contestación.
Señor Saravia:
Como es de su conocimiento, mi empresa está pasando
por un mal momento económico, si usted retira su apoyo financiero en este
momento, ésta se iría a la quiebra.
Por esa sola razón, es que acepto su trato. Me
casaré con su hijo, a quien no conozco y de quien no sé nada.
Esto no es fácil para mí, pero mi empresa lo vale,
es el esfuerzo de mi padre y mi abuelo y no lo voy a tirar por la borda.
Dígame cuándo y dónde conoceré a su hijo, para
planear los detalles de la boda.
Le saluda,
Macarena Véliz
Gerente General HIMM Ltda.
Las lágrimas corrían raudas por mis mejillas cuando presioné el botón:
"Enviar". Ya no había marcha atrás. Lo hecho, hecho estaba. Y era lo
mejor.
Pocos minutos después, recibí un correo de vuelta.
"Señorita Véliz:
Puedo decirle que recibí su correo con
satisfacción. Mi suegra, que murió hace poco menos de un año como ya sabe, dejó
estipulado que su nieto, mi hijo Vicente, debía casarse para recibir la
herencia antes de cumplir dieciocho meses desde su fallecimiento.
Como menciona en su Email, usted no lo conoce, pero
él es un hombre que no tiene interés alguno en sentar cabeza, por lo que un
matrimonio arreglado es la mejor opción para él.
Esta noche, en mi casa, conocerá a mi hijo. Enviaré
a mi chofer para que la recoja en su casa a las ocho en punto.
De todos modos, no se preocupe, esto será solamente
un negocio con fecha de caducidad: siete años. En casa hablaremos más extenso
de los detalles.
Muchas gracias por aceptar el trato, su empresa
será muy bien recompensada.
Nos vemos esta noche.
Atentamente,
Carlos Saravia G.
Director Empresa CGS Ltda.".
Leí este último correo, frustrada. “Solo un negocio”, como si yo fuera
una prostituta, rezongué en mi mente.
En ese momento, me arrepentí de aceptar. Mil preguntas molestaban mi ya
atormentada mente. ¿Cómo sería el hijo de Carlos? Tal vez era un tipo
asqueroso, si no, ¿por qué debía recurrir a un medio tan bajo para conseguir
esposa? ¿Tan mal estaba que ninguna mujer lo aceptaba?
―Maca, amiga, tengo una duda con estos papeles... ―Ingrid entró a mi
oficina como un torbellino y se quedó de piedra al verme llorar―. ¿Qué te pasó?
―preguntó preocupada una vez que se repuso.
―¿Tú no sabes golpear? ―la
censuré molesta.
―¡Maca! ―protestó―. Nunca he golpeado y no voy a empezar a hacerlo
ahora. Ya, cuéntame, ¿qué te pasó?
―Nada ―contesté secándome las lágrimas lo más disimulada que podía.
―A mí no me engañas, ya dime, ¿qué te pasó? Algo grave debe ser porque
desde que tengo uso de razón y te conozco, te he visto llorar dos veces, la
primera cuando íbamos en segundo básico y la profesora te llamó
"guacha" porque no tenías mamá y la segunda, cuando despertaste
después del accidente y supiste lo que pasó. Ahora, dime, ¿de verdad quieres
que no me preocupe?
Me rendí ante sus argumentos, en realidad, Ingrid era mucho más que mi
amiga.
―Ven ―suspiré―, mira esto.
Ingrid acercó su silla y se sentó a mi lado. Con mucha vergüenza, le
enseñé el primer correo.
―Supongo que no vas a aceptar las condiciones de ese hombre, ¿cierto? Y
tan correcto que se veía, a mí me encantaba él, parecía un buen amigo de tu
papá y de tu tata. ¡So viejo infeliz!
Mientras ella despotricaba, yo me encogía más en mi asiento y, arrepentida
de no haber tomado el consejo de mi amiga antes de tomar una decisión, abrí la
respuesta que había enviado. Su expresión me espantó.
―¡No, flaca! Pero ¿qué hiciste? Te pusiste la soga al cuello, amiga. Y
con ese tipo más encima.
―¿Qué tiene ese tipo? ¿Lo conoces?
―¡Claro que lo conozco! ¿Tú no? Ah, no, claro que no, tú no ves
televisión, si vieras, sabrías quién es Vicente Saravia ―recalcó mucho las palabras.
―¿Es un actor?
Mi amiga se echó a reír con ganas, yo no le encontraba la gracia.
―¡Ya, Ingrid, dime quién es él! ―la espeté molesta, esta situación me
ponía nerviosa y su actitud no ayudaba mucho.
―Amiga, él es el top one de la farándula chilena. Ha participado en
realities, hace eventos en las discos (Discotecas),
ha salido en más de una teleserie. Dónde hay una mujer sola, ahí está él;
problemas de faldas, él; mujeres agarrándose del moño, es por él. No hay
programa de farándula que no lo quiera de invitado. Menudo hombre que te
ganaste. Mi más sentido pésame, amiga.
Tomé aire y terminé de hundirme en el sofá, si lo hubiera sabido
antes...
―La parte buena es que atraparás al soltero más codiciado ―se burló con
algo de envidia.
―Podría haberse conseguido una esposa de su ambiente, entonces ―reclamé.
―¡Claro que no! ¿Estás loca? ―me rebatió con firmeza―. Esas chicas lo
único que quieren es pasar el rato y obtener dinero fácil y rápido. Si Vicente
se casara con una de ellas, quedaría en la ruina en dos meses.
La situación le parecía muy graciosa al parecer, porque volvió a largar
otra risotada.
―No me parece gracioso, Ingrid.
―Claro que no es gracioso, Maca, pero dime, ¿cuándo lo vas a ver? Para
que me invites, porque harto rico que está ―me dijo guiñándome un ojo.
―¡Oye! ―Si ella creía que esto era una broma, estaba muy equivocada.
―Ya, no te enojes.
―Mira ―le indiqué el correo que me había contestado don Carlos, en el
que me invitaba a su casa esa noche.
―Guau, Maca, pero esto va muy rápido. Espero que te vaya muy bien,
aunque con ese hombre no te lo aseguro. El único consejo que te puedo dar,
ahora que está hecho el trato, es que no te enamores, si lo haces, estarás
frita, porque él no se enamora, él juega.
―No quiero enamorarme, tú lo sabes, no necesito, ni quiero, a un hombre
a mi lado ―respondí con firmeza, aunque no pude evitar recordar que hacía poco
rato pensé que necesitaba un hombre que se hiciera cargo de mi empresa.
De todos modos, ese hombre no sería Vicente Saravia.
Cristóbal Medero no se detiene ante nada y no tiene tapujos
en conseguir lo que quiere a cualquier precio. Y ahora quiere a Nicole Zúñiga,
una mujer atormentada por un pasado que no quiere recordar. Entonces aparecen
dos personas en su vida. Un niño que le roba el corazón. Y un hombre, Esteban
Arriagada, con el que tiene encuentros nada agradables y que resulta ser el
nuevo dueño de la empresa donde trabaja..
Una historia de amor-odio que saca a la luz secretos,
intrigas y mucho dolor.
Un pasado que vuelve, una mujer no dispuesta a dejarse
pisotear, un hombre que no quiere amar y otro al que no le importa el amor.
Cuando nada es suficiente, siempre se quiere más. Y el costo
a pagar, será muy caro...
Han pasado tres meses desde que Esteban volvió del
extranjero y hoy es el cumpleaños de Nicole, por lo cual le regala un viaje a
Grecia y el anillo de compromiso.
Un viaje que promete ser de completa felicidad, se
transforma en una pesadilla.
En tanto Cristóbal y Verónica tienen cada vez más problemas
por los irracionales cambios de carácter de ella.
Llega al final esta historia de Nicole, Esteban y Cristóbal.
Cuando al fin parecía que Cristóbal sí había encontrado el
amor y la futura felicidad con Nicole, un hecho dramático echa por tierra sus
planes. Todo cambiará con la muerte de Eloísa.
Por razones obvias, ahora no pondré el primer capítulo de las tres, solo irá el de Tú eres mía, que es la primera parte, espero que les guste 💓
Capítulo 1
Nicole se toma la cabeza con las dos manos, está molesta, más que eso,
furiosa. La oficina de Contabilidad cometió un error garrafal al no hacer
entrega de unos bonos ofrecidos por un trabajo urgente el mes anterior, bono
que se ganaron los trabajadores con gran esfuerzo y no les fue cancelado; lo
peor de todo es que esta no es la primera vez que sucede algo así y los
empleados, aburridos y cansados de estar casi rogando por sus sueldos cada fin
de mes, sueldos que nunca son depositados a tiempo y que más encima ahora sus
bonos no fueran pagados, decidieron demandar a la empresa y ahora ella tiene en
sus manos el oficio de la demanda del ente regulador de los empleadores. Un
problema que debe arreglar ella porque el Gerente de Contabilidad no puede
hacerse cargo de ese tema. ¡Idiota!
Su teléfono suena y ella sabe perfectamente quién es. No quiere
contestar. Es su jefe: Cristóbal Medero, dueño de la empresa donde trabaja hace
más de dos años y que espera que ahora ella vaya a su oficina, pero no quiere
hacerlo, no por evadir su responsabilidad, sino porque, desde que llegó a
trabajar allí, él siempre ha encontrado una excusa para ir a su oficina a
acosarla o lo ha hecho en las reuniones de gerencias, es muy sutil, casi no se
nota, es más, la joven duda mucho que alguien allí se haya dado cuenta, pero
ella sí lo nota, conoce a ese tipo de hombres, suficiente experiencia tiene
para saber que debe alejarse lo más que pueda. Por ella, renunciara de
inmediato, pero no puede hacerlo, no tiene dinero y no puede arriesgarse a
quedar sin trabajo. Además, aquí tiene un buen sueldo y, descontando las veces
que Cristóbal la molesta, el ambiente y la empresa son un buen lugar para
trabajar y no va a echar todo por la borda por algo que lo más seguro es que no
pasara a mayores.
El teléfono vuelve a sonar y ella lo contesta de inmediato.
―Nicole, ¿por qué no contestabas? ―es su escueto saludo.
―Lo que pasa es que estaba hablando por el celular con una de las
involucradas en la demanda ―miente.
―Quiero que vengas a mi oficina de inmediato ―ordena.
―Estoy revisando los documentos para arreglar todo el asunto.
―Bueno, eso lo haces después, puedes trabajar horas extras, llevarte el
trabajo para la casa o lo que quieras, pero te necesito ¡ya! en mi oficina.
―Está bien, señor ―responde de mala gana la chica.
―Te espero.
Más enfadada todavía, Nicole cuelga el teléfono y se levanta para ir a
la oficina de su jefe. Sube por las escaleras los cinco pisos que separan la
Gerencia de Recursos Humanos con la Gerencia General. Camina lentamente, no
quiere llegar, ese hombre no le da confianza y así puede comprobarlo, cuando,
poco después de llegar a la inmensa oficina, que ocupa casi la mitad del piso
veintiséis, Cristóbal le da a conocer, sin tapujos, sus intenciones con ella.
● ● ●
Cristóbal mira a Nicole con un brillo divertido en sus ojos. Ella no le
encuentra la gracia.
―¿A qué se refiere con castigarme? ―pregunta ella una vez más, perdiendo
la paciencia.
―Cometiste un error, Nicole, y yo no permito errores ―manifiesta impasible
―¿Ya? ―responde de malhumor la joven, él sabe perfectamente que el error
no lo había cometido ella.
―No te preocupes, como es tu primera vez, seré condescendiente contigo.
―¿Condescendiente? ―inquiere incrédula, cada vez se impacienta más con
los largos silencios de él, al parecer le gusta crear esta imagen de distancia
y enigma.
―De todos modos tendré que castigarte ―concluye mirándola directamente a
sus ojos desde su sillón al otro lado del escritorio.
Nicole lo mira con desprecio. Si bien es cierto que desde que llegó a
trabajar allí Cristóbal se ha dedicado a acosarla buscando cualquier
oportunidad para atosigarla, ahora encontró una “razón” para llamarla a su
oficina y ofrecerle un “merecido castigo”, ¡como si eso le gustara!, había
luchado demasiado por conseguir su independencia y libertad para permitir que apareciera
alguien a hacer lo mismo en nombre del amor. Ella no lo permitiría. Mucho menos
va a cargar con la culpa de unos empleados que demandaron a la empresa por el
no pago de unos bonos ofrecidos. Pero eso tampoco es su culpa. Ella es la
Gerente de Recursos Humanos y el error se cometió en Contabilidad, por lo tanto
es a esa área a la que le corresponde…
―¿Estás dispuesta? ―La voz profunda de su jefe la saca de sus
pensamientos, volviéndola a la realidad.
―No sé exactamente a qué se refiere ―insiste de nuevo, intentando no
pensar en las depravaciones que se le cruzan por la mente.
Cristóbal se levanta lentamente de su asiento y rodea el escritorio para
llegar donde está ella sentada. Le pone una mano en el hombro de forma
posesiva, incitándola a mirarlo.
―No creo que seas tan inocente para no saber, Nicole… ―Ahora ella sí se
convence de que sus suposiciones no están erradas. Él lo ve con tanta
naturalidad, como si estuviera acostumbrado a eso―. Debo golpearte, Nicole, así
de simple.
―Y así de terrible ―añade ella horrorizada, queriendo escapar, ¿acaso de
verdad él la va a golpear? La idea de eso la deja paralizada.
―Vamos, no es tan terrible, sé que te gustará, será casi como un juego,
muy placentero por lo demás. ―Le sonríe seductor.
―No lo creo ―contesta Nicole sin caer en la tentación, al contrario, se
levanta y se aparta de él, caminando hacia atrás.
Él posa sus hermosos ojos azules sobre ella, acariciándola con la
mirada.
―Nicole. ―Su voz es ronca y profunda, casi hipnotizante, pero ella no
caerá de nuevo ante un hombre que se cree dios―. Nicole, querida, de alguna
manera debo hacerte entender que no puedes cometer errores. Además, me has
tenido tanto tiempo suplicando tu atención que…
―¡No fui yo quien cometió el error! ―chilla histérica―. ¿Por qué no
castiga a Rodolfo Vásquez? Él cometió el error, él no hizo las transferencias.
―Porque tú eres más bella… y deseable.
Nicole lo contempla un momento, anonadada. Cristóbal es un hombre
extremadamente bello, alto, de cuerpo perfecto, rostro hermoso con unos ojos
azules preciosos y labios bien definidos. Pero ella no es como las demás chicas
que caen rendidas ante un hombre por su belleza o dinero. Y él tiene ambas
cosas. Además, juega a ser enigmático y distante, lo que lo hace mucho más
interesante… para las otras, porque para ella no deja de ser un acosador y
mucho más en este momento.
Cristóbal da un paso ladino hacia ella.
―¿Se supone que caiga rendida a sus pies, como una esclava sexual?
―logra articular al rato.
―Lo de sexual lo agregaste tú ―responde serio― y es porque eso es lo que
quieres. ―Camina hacia ella, parece un felino a punto de atacar a su presa―. No
te resistas, ya no luches más ―susurra cándidamente mientras se acerca
peligrosamente.
―No soy como todas las mujeres a las que usted está acostumbrado a
frecuentar ―replica―. Yo no deliro con la idea de ser su amante, mucho menos su
esclava.
La joven se aparta de él, caminando dos pasos hacia atrás para mantener
la distancia.
―Estoy seguro que te gustará, soy un amo muy indulgente ―insiste
acercándose más a medida que ella retrocede. Él sabe lo que viene, desde su
perspectiva tiene una panorámica mucho mejor que la de ella y está confiado, no
necesita apresurar las cosas, ya quedaría completamente a su merced.
Nicole está molesta y asustada, pero no le demostraría lo último, sería
como dar la batalla por perdida antes de tiempo. Sobre todo ahora, que él
abiertamente le está diciendo cómo quiere las cosas con ella, si bien es cierto
él siempre la ha acosado, esta es la primera vez que es tan franco con ella.
Ella da dos pasos más hacia atrás
y choca contra la pared lateral de la inmensa oficina. Nicole abre mucho los
ojos. Ahora está atrapada. Él sonríe satisfecho, sabía de antemano que ese
momento llegaría. Ella iba directo a chocar contra la muralla y quedaría
atrapada entre el enorme sofá que él usa para descansar o tener reuniones
informales y un kárdex con documentos. Nicole entorna los ojos mirando la gran
oficina y su propia posición. A su izquierda, el kárdex que cubre gran parte de
la pared; frente a este y de espaldas al ventanal, el escritorio de su jefe; en
la pared contraria, unos libreros con montones de libros de negocios y un
frigobar, “para recibir a los clientes de la mejor manera”; una especie de
living se encuentra en el centro de la oficina, dos sillones, una mesa de
centro con revistas de la empresa y, a su derecha, el sofá que la tiene
atrapada y, por la misma pared donde ella está apoyada y justo antes de salir
de la oficina, una puerta lateral que conduce a una sala mediana, donde está el
baño, la cocina y un pequeño gimnasio con máquinas de ejercicio, con las que se
mantiene en forma, porque ese cuerpo “no lo da la naturaleza sin esfuerzo”,
según las propias palabras de él.
Vuelve a clavar la mirada en su jefe. Cristóbal está parado un par de
pasos frente a ella con las manos en los bolsillos. No se acerca. Pero tampoco
le deja espacio a salir. Disfruta tenerla así, sometida sin ninguna presión
física sobre ella, más bien psicológica, lo que la vuelve más vulnerable a sus
pretensiones.
―No luches ―sisea meloso dando medio paso hacia ella.
Nicole se tensa. Esa tensión le
juega una mala pasada, porque se lo imagina besándola, abrazándola y a ella,
rindiéndose a sus propuestas. Pero no puede ser. ¡Ni siquiera le gusta él!
―Quiero irme ―susurra en un hilo de voz, sin convencimiento.
―No, no quieres ―afirma él con una seguridad aplastante.
―Déjeme ir, por favor ―suplica angustiada.
―No, Nicole, no quieres irte, quieres quedarte. Conmigo.
Su estómago se contrae ante aquellas palabras, no es cierto, ella no
quiere quedarse, quiere irse, especialmente en este momento, cuando ya sabe
perfectamente lo que él quiere conseguir de ella y su cuerpo está a punto de
traicionarla. Nicole necesita salir de allí. Sus recuerdos y la situación le
hacen sentir cosas que no quiere.
Él da un paso más hacia ella y su corazón se acelera lo que la obliga a
cerrar sus ojos. Sus emociones están a flor de piel. Principalmente el miedo,
la anticipación de saber que lo que viene no le va a gustar y…
Una mano en su mejilla la vuelve a la realidad. Esto es peor que
quedarse atrapada en un ascensor. Siempre pensó que nada podía ser peor que
quedarse atrapada en uno, pero,
encerrada en esa oficina con Cristóbal…
El miedo que ahora siente es solo comparable al que sintió una sola vez
en su vida, varios años atrás y no quería revivir aquellos momentos. No quiere
ser lastimada.
―No ―ruega a punto de llorar, pero no va a hacerlo. No enfrente de él.
―Vamos, Nicole, ya no luches. No te lastimaré, lo juro. ―Se acerca a
ella tomando su cara entre sus manos, acunándola con ternura y mirándola con
pasión.
Nicole no lo puede creer, su cuerpo la traiciona justo en este momento.
Por más que intenta recordar el enojo, la humillación de ser acosada por su
propio jefe y no solo un jefe cualquiera, sino el dueño de la empresa, el que
no recibe un “no” por respuesta en ningún ámbito.
―Tranquila, todo estará bien ―susurra cerca de sus labios―, no haré nada
que no quieras.
―Quiero irme, por favor ―suplica, ella no quiere esto, su cuerpo puede
decir una cosa, pero su mente no se despega del suelo.
―No, no quieres irte ― murmura apenas, mientras se acerca a su boca cada
vez más a una lentitud abismante.
―Por favor, señor…
―Por favor, qué, Nicole. ¿Qué quieres que te haga? ―Roza sus labios en
la comisura de los de ella.
―No quiero esto, quiero irme… ―contesta intentando recuperar la cordura.
Él se hace a un lado con brusquedad, dejando el paso libre a Nicole para
que salga de allí. Ella lo mira expectante. ¿Es cierto que la dejará ir? Por
fin puede respirar y camina rápidamente a la salida, pero antes de llegar a la
puerta, Cristóbal la detiene con sus palabras. Nicole queda inmóvil un instante
escuchándolo antes de salir.
―Ya volverás, Nicole, vendrás por mí, querrás estar conmigo y te lo
concederé, porque me gustas, pero será bajo mis órdenes y mis condiciones.
Recuérdalo, porque de rodillas me pedirás que sea tu amante.
No se voltea. Espera unos segundos. Respira hondo y sale sin decir nada.
¿Cómo hace ese hombre para descolocarla de esa manera? Temblando, llega hasta
las escaleras y, a solas, respira agitada y nerviosa, incluso se da la licencia
de derramar un par de lágrimas, pero solo eso. Nada más. Ella no es una mujer
de llanto fácil y Cristóbal Medero no la
doblegaría. Aunque, si era sincera consigo misma… estuvo a punto de
ceder. El miedo, el deseo y el pánico se mezclaron en su interior,
confundiéndola. A ella no le gusta Cristóbal, eso está más que claro, pero ¿por
qué se sintió así? Ella lo sabe muy bien, sabe cómo funciona esto, pero no
volvería a caer nunca más.
Nicole llega a su oficina y se encierra en ella. No quiere pensar.
Aunque Cristóbal es un hombre sumamente atractivo con sus ojos azules, su
tamaño y su cuerpo, sin dejar de lado su billetera y su voz profunda y sedosa,
la que hace llamar la atención de todas las chicas, especialmente de las que trabajan allí, a ella… a ella solo
le da asco. Él es un hombre déspota, egocéntrico, egotista y cómo se sabe
atractivo, cree que todas las mujeres se derriten ante su presencia. Pero no
ella. Cristóbal Medero no es su tipo en lo absoluto y mucho menos ahora que le
había ofrecido un “castigo”… ¡Golpes!
¿Qué clase de loco es que piensa que golpear a una mujer es agradable? La rabia
crece por momentos dentro de ella; ya la habían tratado así, ya habían querido
hacer de ella una mujer sin dignidad ni cerebro, pero nunca lo sintió erótico,
al contrario, si bien su cuerpo respondía, como lo había hecho hoy, su mente
jamás dejó de funcionar y las sensaciones fueron solo corporales, hasta que…
Se tapa la cara con ambas manos, no quiere recordar, no quiere pensar en
nada. Y no lo hará.
Levanta su cabeza y comienza a trabajar. Su oficina, sin ser muy grande,
es perfecta, privada, solo para ella sin nadie cerca que la pueda interrumpir
de forma indeseable.
No logra concentrarse en los documentos que tiene enfrente. Se echa
hacia atrás en su sillón para recibir los rayos de sol que a esa hora entran
por su ventana. Su escritorio no está de espaldas al ventanal como todos, ella
lo había hecho colocar de costado para así recibir luz y sol directamente, sin
impedimentos. En su oficina solo hay un kárdex con las carpetas que ella más
usa y dos sillones frente a su escritorio, tampoco queda espacio para otra
cosa. Pero para ella es el paraíso. Es su espacio personal entre tanta gente en
esa empresa, donde puede estar tranquila cada vez que lo deseaba. Como ahora.
El resto del día, Nicole se obliga a concentrarse y se dedica a revisar
cada caso de bonos no entregados y a tranquilizar a los empleados que esperan
sus bonos con ansias. Al día siguiente deben estar todos cancelados, espera que
en esta ocasión, Contabilidad cumpla con su labor como corresponde y no vuelvan
a fallarle a la gente.
● ● ●
Dos días después de ese odioso incidente, con el asunto de los bonos
arreglados y los empleados trabajando como correspondía de nuevo, Cristóbal
llama nuevamente a Nicole a su oficina. ¿Insistiría en su deseo de hacerla su
“sumisa”? Nicole entra a la enorme oficina y se sienta a esperar, Cristóbal no
aparece por ninguna parte. Después de quince minutos de espera comienza a
impacientarse, no es que esté ansiosa de verlo, pero tampoco quiere perder el
tiempo, tiene bastante trabajo atrasado por dedicarse a arreglar el problema de
Contabilidad y no es momento para estar de ociosa. Recorre con la vista la
inmensa oficina y, sin querer, detiene su mirada en el lugar donde había
quedado atrapada hacía dos días. Vuelven los nervios a su corazón. Aunque ella
tiene suficiente carácter como para ser la sometida de nadie, está segura de
que si él quisiera abusarla, no le costaría nada. Esa oficina es a prueba de
sonidos y nadie entra allí si no es llamado, ni siquiera su secretaria. Eso la
asusta, aunque intenta convencerse que si él quisiera hacer eso, ya lo hubiese
hecho, nada le costaría. Además, puede ser un acosador, pero ¿un violador? Lo
duda y espera no equivocarse.
Nicole se levanta al tiempo que la puerta se abre amenazadoramente
lenta, como si su jefe disfrutara en ponerla tensa. Cristóbal se para en el
vano de la puerta mirándola con intensidad y una odiosa sonrisa en los labios.
Se burla de ella, eso está claro.
―¿Me esperaste mucho tiempo? ―pregunta haciéndose el desentendido.
―Veinte minutos ―contesta con sequedad.
Él camina rápidamente hacia la mujer sin dejar de mirarla y se para
frente a ella, imponiendo su porte.
―¿Me extrañaste?
―Hay bastante trabajo allá abajo como para perderlo aquí.
―Estás conmigo, eso no es perder el tiempo ―contesta él tomándola de los
hombros.
«Ya empezamos», piensa Nicole enojada.
―¿Qué quiere? ―pregunta con desagrado, sacudiéndose para liberarse de
las manos en su cuerpo.
―Quiero saber cómo van las cosas, ¿se solucionó el asunto de los bonos?
―Todos cancelados, como corresponde.
―¿Tuviste algún problema?
―No, ninguno.
―Hiciste bien tu trabajo. ―Sonríe satisfecho.
Nicole no contesta.
―Mereces un premio ―insiste.
―Un premio… ―repite Nicole por inercia, asustada por lo que sus palabras
quieren decir.
―Así es.
―¿Ya? ―Nicole sabe que tiene que desconfiar.
―Podrás tenerme sin tener que castigarte.
Nicole cierra los ojos con desagrado mientras toma aire para calmarse,
cuando los abre, Cristóbal está frente a ella, muy cerca de su rostro,
mirándola con deseo.
―Sigue equivocándose conmigo.
Él sonríe confiado y se echa hacia atrás varios pasos. Ella camina hacia
la puerta, él le intercepta el camino, tomando sus brazos. Ella lucha contra
él, pero él la atrae a su cuerpo con suave firmeza, sin forzarla, simplemente
conteniéndola.
―Tranquila, no te voy a lastimar.
―Por favor, no, de nuevo no
―ruega ella fijando su mirada en él, sus pestañas están húmedas.
―Te deseo, Nicole ―le dice así, sin más, intentando besarla.
―¡No! ―grita ella corriendo la cara desesperada.
―Vamos, Nicole, deja de resistirte, ya tienes mi atención y mi deseo.
―No quiero nada de usted.
―Claro que sí, lo noto en tu mirada, me quieres a mí y ya me tienes,
puedo ver la lucha en tus ojos, no te resistas, linda.
Nicole intenta apartarse de él, pero no lo consigue.
―Bésame ―suplica él con ojos de cordero. El olor a perfume caro marea a
la joven, que sigue intentando apartarse de él.
―¡No! ―Vuelve a gritar―. ¡Quiero salir de aquí!
―Te quedarás aquí hasta que yo te lo ordene. ―Impone con potente voz.
― ¡Usted no es mi dueño!
―Aún no, pero muy pronto Nicole Zúñiga, serás enteramente mía. ―Suena a
verdadera amenaza.
―¡Jamás!
―Más tarde o más temprano serás mía y te dominaré a mi antojo. Pedirás
ser mi esclava, rogarás ser dominada por mí.
―Nunca ―murmura ella cansada de luchar.
―Y te castigaré por esta lucha inútil, por todo esto que me haces pasar.
―La toma de la cintura y la pega a él, haciéndole sentir la dureza de su
cuerpo.
―Déjeme salir ―suplica por fin, atreviéndose a mirarlo a los ojos sin
intentar retener las lágrimas que no quería derramar.
―Me descolocas, Nicole ―confiesa soltándola, dando dos pasos hacia
atrás.
Nicole se queda petrificada mirándolo a él y a la puerta que está detrás
de él. No sabe si esto es una autorización para irse o no, quiere escapar, pero
si él quisiera detenerla, nada le costaría hacerlo, ella debe pasar por su lado
para huir.
―¿No te irás? ―pregunta con molesta ironía.
―Quiero salir ―responde asustada.
La respiración de Nicole es acelerada, agitada, su frente está llena de
gotas de sudor, sus ojos se niegan a llorar, pero a punto están y su cuerpo
tiembla como una hoja. Nicole puede sentir su propio corazón latiendo a mil,
parece que se le va escapar por la garganta en cualquier momento. Está
completamente paralizada. Sin embargo, Cristóbal parece tan sereno que
cualquiera diría que esto no está pasando.
―Cálmate, Nicole, si quieres irte, sabes dónde está la salida.
―¿Qué?
―Si quieres irte, solo debes decirlo. ―Se acerca a ella lentamente, como
no queriendo asustarla―. También sabes que estoy aquí para ti.
―No... ―ruega Nicole incapaz de cualquier movimiento.
―Nicole, Nicole, querida… ―La abraza a su pecho, casi protectoramente―.
Conmigo estás segura. Puedes confiar en mí.
Ella sabe que no es así, está aterrada, pero no logra pensar claro.
―No temas, belleza, todo está bien, todo estará bien, ya verás.
―No…, por favor…
Cristóbal la aparta un poco y la mira, rodeando su rostro con sus manos.
―¿Quieres irte? ―pregunta con ternura.
Ella asiente con la cabeza, casi imperceptiblemente.
―Puedes hacerlo, eres libre…
La suelta y Nicole camina hacia la puerta, los quince pasos hasta allí
se le hacen eternos.
―¿Me dejarás así, Nicole? ―pregunta Cristóbal justo cuando ella va a
cruzar la puerta.
Nicole, incapaz de dar un paso más, se queda quieta, esperando. Su
corazón late desbocado, le teme, su temor la hace vulnerable y no sabe qué
hacer. Quisiera tener la valentía para gritarle, golpearlo, defenderse. Pero no
es capaz.
―Nicole ―susurra en su oído, tomándola de los hombros, abrazándola a él
por la espalda.
―No ―gime derrotada.
―No te resistas, prometo ser bueno contigo.
―No…
―Serás mía, Nicole, más tarde o más temprano, yo sé que lo quieres,
esperaré el tiempo que sea necesario hasta que estés lista para mí y seas mía
como lo deseo. ―La voltea pegándola a su cuerpo, y la mira a los ojos. Intenta
besarla una vez más. Es entonces que ella logra reaccionar y la adrenalina hace
lo suyo.
―¡Suélteme! ―chilla histérica dejando correr las lágrimas que no puede
seguir reteniendo―. ¡Jamás! ¡Nunca! ¿¡Lo entiende!? ¡Nunca me tendrá!
―No te resistas más, Nicole ―susurra tranquilo.
―¡Renuncio! ―replica ella con toda la valentía de la que es capaz―. Me
cansó este jueguito estúpido, no voy a esperar a ser abusada por usted, no soy
una muñeca inflable, ni su esclava sexual, ni su sumisa, ni nada que se le
parezca. Soy una mujer con derechos y el primero es que se respete mi derecho a
decir “no”. ¡Hasta nunca!
―No puedes renunciar ―contesta Cristóbal acercándola más a sí mismo, sin
perder el control.
Intenta besarla una vez más por la fuerza. Ella le da un puntapié y sale
corriendo de la oficina dispuesta a renunciar, ya no soporta un día más en ese
lugar. Está aterrada, enojada. Definitivamente, no puede seguir trabajando
allí, aunque se muera de hambre y tenga que vivir bajo el puente. No sería la
primera vez...
Nada más llegar a su oficina, toma su cartera, la fotografía de su padre
que tiene en el escritorio y sale a Administración, área donde trabaja su amiga
y compañera de departamento, Claudia Marín.
―Renuncio, Claudia, mañana traigo la carta de renuncia ―informa
apresurada―. ¿Te puedes llevar mi auto? No soy capaz de manejar.
―¿Qué te pasó, amiga? ―pregunta preocupada.
Nicole mira a su alrededor, hay dos mujeres más trabajando allí y no
quiere que se enteren de la humillación a la que la acaba de someterla su jefe.
―Don Cristóbal intentó…él… quiso abusarme, Claudia ―habla en voz baja,
pero las otras están muy al pendientes de lo que ella dice y sonríen para sus
adentros, no creen lo que oyen.
―Nicole, por favor, no te creo. O sea, ese hombre no necesita abusar de
nadie, puede tener a la mujer que quiera sin ninguna dificultad. ―replica con
sarcasmo, para Claudia, su amiga siempre ha sido una mosquita muerta que se
hace la puritana, pero que por dentro debe ser la peor de todas.
―Pues sí es verdad, vengo de su oficina, estoy muy alterada todavía.
―¿No sería al revés, amiga? A lo mejor fuiste tú quien quiso y él no te
hizo caso.
Nicole mira a Claudia. Claro, es difícil para ella creerlo, si está
enamorada hasta el tuétano del jefe, como todas allí. Se vuelve y ve que las
otras tienen una risita idiota en sus caras.
―¿Puedes llevarte mi auto? ―pregunta con evidente molestia.
―Claro, amiga, sabes que sí. ¿Dónde vas tú ahora? Supongo que no vas a
hacer algo estúpido como ir a denunciarlo.
―¿Y qué sacaría? ―ironiza sabiendo la respuesta.
―Nada, amiga, aquí ninguna tiene esa queja. Ojalá. ―Ríe como una niña
mala mirando a las otras y las demás la siguen. Ya quisiera Nicole verlas
acosadas por ese hombre y ofreciéndoles lo que él realmente es.
―Me voy ―corta la conversación, saliendo de allí de peor humor que
antes.
Está tan enojada que no es capaz casi de sostenerse, mira el ascensor,
los más de veinte pisos los iba a bajar por la escalera, pero siente sus
piernas demasiado débiles para hacerlo y se decide por el ascensor, aunque no
le guste.
Mientras baja en el ascensor, piensa en lo que su amiga le acaba de
decir y su rabia crece más en su interior. Recuerda a Cristóbal… Ahora su
respiración está agitada no de miedo, sino que de ira. Piensa en los cientos de
formas de haber evitado lo sucedido, de contestar, de defenderse. Está tan
enojada consigo misma, con los hombres, con las mujeres que aceptan todo por
una cara atractiva y un cuerpo perfecto. Siente nudos en el estómago con todas
las sensaciones mezcladas.
Cuando sale del ascensor ve a un hombre que está llegando a él, la mira
interrogante, algo ve en su cara, seguro, tiene pintado en la cara lo que acaba
de ocurrir y eso la enoja más, si es posible, y cuando pasa por su lado lo
empuja con su cuerpo, sin advertir que, al ser el hombre más alto y fuerte que
ella, la que saldría perdiendo sería ella misma y cae al suelo
estrepitosamente. El hombre la mira sorprendido e intenta ayudarla, pero ella
se niega rotundamente.
―¡No me toque! ―ordena exaltada.
El hombre hace un gesto de rendición, verla ahí en el suelo no le gusta,
pero si ella no quiere aceptar su ayuda...
Nicole se levanta y lo mira desafiante, ya no siente miedo. No volvería
a sentirlo jamás, es lo que se promete a sí misma en ese momento, ya es
suficiente que los hombres la traten como un objeto, una basura, y ella no es
ni lo uno ni lo otro.
―Lo siento ―comienza a decir él, sin saber por qué, sabe que él no es su
culpa lo que acaba de ocurrir, pero aun así se siente culpable de la caída de
esa mujer.
Nicole, con aire engreído, lo mira de cabeza a pies y de vuelta hasta su
cara despectivamente. Se gira y sale del edificio, ocultando el dolor que le
produjo la caída. El hombre se queda mirándola, sin entender qué había
ocurrido.
● ● ●
La calidez del sol no ayuda a Nicole a calmar su furia ni a mitigar su exaltado ánimo. Al
contrario, se siente impotente, enojada, más que eso, furiosa y también un poco
culpable por lo del hombre, él no tenía la culpa de nada y se descargó con él,
algo inusual en ella, por lo general calmada. Camina sin rumbo fijo, no quiere
llegar a su departamento. No sabe qué hará de aquí en adelante. Necesita
encontrar un trabajo lo más rápido posible, está segura que no logrará obtener
una buena carta de recomendación de Cristóbal y tampoco puede contar con su
finiquito muy pronto, seguro él se querrá vengar de ella de esa manera y sin
ese documento será casi imposible encontrar trabajo.
No debió renunciar. No debió contestarle así a Cristóbal. No obstante,
sabe que no puede quedarse trabajando en ese lugar. De hacerlo, en cualquier
momento él abusaría de ella y la golpearía, como era su deseo. Ya había vivido
eso y no volvería a pasar por algo así. Suficiente con uno de esos en su vida.
Después de mucho caminar, llega a una plaza donde hay varios niños
jugando. Los niños están aprovechando los últimos días de sol y calor antes que
llegue el crudo invierno. Se sienta en uno de los bancos mirando a los
pequeños, deleitándose con sus risas y juegos. Necesita calmarse, respirar y
pensar en lo que hará de ahora en adelante.
Los niños se ven relajados y felices, ya quisiera ella sentirse así
también. Pero no puede, al contrario, recién ahora se da cuenta de lo tensa que
está. Sus puños siguen apretados y sus uñas comienzan a lastimar sus palmas,
las tiene enterradas en sus manos. Las suelta y las coloca sobre sus rodillas,
masajeándolas suavemente. Aprovecha y mueve también la mandíbula que también
está apretada y su cuello lo gira para quitarle la tensión.
Intenta sonreír mirando a los niños jugar. Cuando una pelota llega a su
lado, la toma, buscando a su dueño, se acerca un hermoso niño de unos cinco o
seis años de edad que la mira expectante y que hace latir su corazón de un modo
diferente.
Ella le lanza la pelota suavemente y el niño la recibe con pericia a
pesar de su corta edad, la mira unos segundos casi interminables y vuelve a su
juego con una mujer mayor que está con él.
Nicole siente aún el latido diferente, algo se movió en su corazón al
ver a ese pequeño niño que la miró confundido. Tal vez su alegría, su inocente
mirada, su relajada actitud o simplemente su hermosa niñez le hacen sentir un
enorme deseo de protegerlo, de cuidarlo. Por alguna extraña razón, como es la
mente humana, salta de un pensamiento a otro hasta llegar al hombre que empujó
fuera del ascensor. No lo merecía, pero ella iba demasiado enojada como para
detenerse a pensar y actuar de manera civilizada.
La pelota vuelve a sus pies sin que Nicole se dé cuenta, solo cuando el
niño llega a su lado, se percata. Toma la pelota y se la entrega en las manos,
sonriendo.
―¿Estás triste? ―pregunta el niño
con dulzura
―No ―contesta intentando no llorar, definitivamente ese niño es
especial.
―Mi papá dice que las mujeres no deberían llorar.
―Tu papá tiene razón.
―¿Es por tu novio?
―¿Qué? ―Nicole no entiende que ese niño le pregunte algo así.
―¿Estás triste por tu novio?
―No. ―Nicole sonríe con ternura―. No tengo novio y no estoy triste
―contesta dulcemente.
―¿Enojada?
Ella sonríe, claro que lo está, aunque con él ahí, mirándola realmente
preocupado, se le olvida todo el enfado.
―¿Estás enojada conmigo? ―Sus pequeños ojitos se ponen tristes.
―No ―contesta con celeridad―. ¿Por qué estaría enojada contigo?
―Porque te he tirado dos veces la pelota.
―No, mi niño, no estoy enojada contigo. ¿Cómo te llamas?
―Lucas, ¿y tú?
―Lucas, qué lindo nombre, yo me llamo Nicole. ¿Con quién andas?
―Con mi mamita Eloísa, pero mi papá pasará a buscarme en un rato más.
―¡Qué bien! ¿Siempre te pasa a buscar aquí?
―Sí, venimos con mi mamita Eloísa después del cole, jugamos un rato y
cuando él llega en el auto, nos vamos a la casa, siempre me trae algo rico para
comer. ¿Quieres venir con nosotros hoy?
Nicole ríe suavemente.
―No, no te preocupes, no creo que a tu mamá le guste que llegue una
extraña con tu papá y contigo.
―No tengo mamá, ella se fue cuando yo nací.
“¿Se fue?”, piensa Nicole para sus adentros, “debe ser su manera de
decir que murió”.
―Lo lamento ―dice con sinceridad.
El niño se encoge de hombros.
―No importa, apenas la conocí y cuando volvió, igual no me quería.
Nicole se queda boquiabierta ante aquella confesión. ¿Cómo una mamá
podía no querer a su hijo? Sobre todo a uno como Lucas que era hermoso.
―¿Tú tienes hijos? ―vuelve a preguntar el niño.
―No, no tengo hijos, ni siquiera tengo novio ―contesta ella un poco
avergonzada.
―¿Quieres ser mi mamá?
Nicole sonríe más abiertamente, tanto por la inocencia del niño como por
sus ocurrencias, pero eso no significa que no se sienta en su corazón el deseo
de ser madre, un sueño truncado en su vida.
―No creo que a tu papá le guste mucho que busques a cualquier mujer para
que sea tu mamá. ―Intenta poner cordura a sus pensamientos.
―No es a cualquier mujer, es a ti. Eres linda y simpática y tienes cara
de ser mi mamá.
Nicole se derrite ante este niño de mirada vivaz y agudos pensamientos.
―Gracias, tú eres muy lindo también.
―¡Lucas! ―La mujer que está con el niño lo llama con dulzura desde una
esquina―. Llegó tu papá.
―¿Quieres venir a mi casa? ―ofrece el niño.
―No, ahora no creo que sea buena idea ―contesta Nicole un poco
frustrada.
―¿Vendrás mañana?
―Está bien, estaré aquí a esta misma hora, ¿te parece?
―Adiós. ―El niño le da un beso en la mejilla antes de correr con su abuela.
Nicole lo ve alejarse, pone su mano en la mejilla donde el niño le
depositó el beso, es un niño exquisito, ya quisiera ser ella su madre… si no
estuviera el padre de por medio.
Lucas y su abuela se suben a un lujoso todoterreno que los espera al
otro lado de la plaza y se quedan un par de minutos allí, seguramente arreglando
la sillita de Lucas.
Nicole se levanta del banco, quiere ir con ellos, da dos pasos y se
arrepiente. Gira sobre sus talones y se va por el costado de la plaza a toda
prisa.
Camino a su casa piensa en lo que
significa ser madre y en lo que se debe sentir, aunque ella duda mucho que
alguna vez pudiera sentir la sensación. Recuerda su último día de matrimonio
hacía tres años ya, donde todos sus sueños y sentimientos murieron junto con su
hijo no nacido…