sábado, 14 de febrero de 2015

Equivocada

Este es un relato que escribí hace como tres años en un San Valentín y participó en una antología del Club de las Escritoras Pasión y amor, relatos de San Valentín... Espero que les guste <3 


Diana se sentó en el sofá de su gran casa. Se sentía derrotada. Su esposo acababa de dejarla. No podía creer que después de veinte años de matrimonio, él la dejara así. Es cierto, habían tenido problemas, pero eso no era motivo para alejarse. También era cierto que ella era, por mucho, más peleadora que él. Mientras ella gritaba, él se mantenía tranquilo, callado, algo que a Diana le molestaba de sobremanera, porque lo que ella quería era pelear. Y ahora lo consiguió. Hoy, al llegar del trabajo, Claudio encontró a una mujer histérica. Ella no había tenido un buen día

—¿Qué te pasa? —preguntó él con su voz pausada de siempre. 

—¿¡Que qué me pasa!? —rió irónica— ¿Acaso no lo sabes? —preguntó y él no supo qué responder, podían ser miles de cosas— Estoy cansada de esta vida, estoy cansada de esta casa. ¡Esta vida de mierda que me haces vivir me tiene cansada!

Claudio sintió como su corazón se encogía al oír, una vez más, esas palabras. Miró a su esposa: aún enojada y gritando se veía hermosa, después de veinte años juntos, la seguía amando, pero él le hacía daño. Ella no era feliz con él. Tal vez, después de tanto intentar hacerla feliz sin conseguirlo, era hora de dar un paso al lado y dejarla para hacer su vida como ella lo quisiera. Su corazón se destrozó en mil pedazos al pensar en ello, pero no se lo demostraría, no quería que ella se sintiera culpable por su sufrimiento. Mentiría. Mentiría con tal de verla feliz, como ella lo merecía. 

—Me voy —dijo él simplemente. 

—¿¡Qué?! —ella se confundió, jamás esperó que su esposo le dijera esas palabras. Diana siempre descargaba su frustración en su esposo y siempre lo sintió tan seguro, tan de ella, que no creyó nunca escuchar aquello.

—Si te hago tanto daño, me voy de esta casa. 

—Tienes a otra, ¿verdad?

Él no contestó. Si le decía que sí, ella sufriría, aunque no lo amara. Si le decía que no, no creería en su partida. Simplemente la miró. 

—No sabes cuánto he esperado esto —replicó ella desafiante—. Mis ruegos se han cumplido. Que de una vez por todas encontraras a alguien para que por fin me dejaras tranquila a mí con los niños. 

—Querré verlos —dijo con un nudo en la garganta. 

—Por supuesto, sabes que no te los negaría. 

—Seguiré manteniendo esta casa, no quiero que trabajes. 

Ella lo miró, pensaba que al irse con otra, la dejaría botada, pero no era así. 

—¿Lo haremos por lo legal o será de hecho solamente? 

—Como quieras, pero no me gustaría un divorcio, si algo me pasara, no tendrías derecho a nada, en cambio así, tendrás todo lo mío. 

—Está bien. Si alguna vez lo quieres, me avisas. 

Claudio dio la vuelta y salió de la casa, derrotado. Ni siquiera le rogó. No hizo nada. Simplemente lo dejó ir. Él la amaba, la amaba tanto y ella… Lloró amargamente. Su vida quedaba atrás, todo lo que amaba lo había perdido para siempre. El amor de su vida, su mujer, su niña, su amante, su…

Echó a andar el auto y salió a toda prisa, mientras Diana miraba por el ventanal a su esposo irse. ¿Por qué le hacía esto después de tantos años? ¿Se habrá cansado de sus berrinches y por eso buscó a otra? No podía ser cierto. Una lágrima amarga rodó por su mejilla. No quería llorar, su orgullo era más grande. O eso pensó hasta que vio a su esposo alejarse calle abajo. 

Sentada en el sofá pensaba en sus posibilidades. ¿Y si lo conquistaba de nuevo? ¿Querría él ser conquistado por ella? ¿O estaría demasiado feliz con su nuevo amor? 

Diana se quedó pensando. Él siempre la conquistaba. En cambio, ella no agradecía nada de lo que su esposo hacía por ella, si Claudio llegaba con flores, ella decía que no le gustaban. Si él aparecía con chocolates, entonces él estaba “boicoteando la dieta”. Si la invitaba a salir, hacía frío o calor, estaba cansada o no tenía tiempo. Nada de lo que él hacía, a ella le parecía. ¿Sería que no lo amaba? Lo meditó todo aquel día y gran parte de la noche. Necesitaba la respuesta correcta, libre de orgullo, enojo o pasión. 

Llegó a la conclusión que sí lo amaba, no quería perderlo y no se daría por vencido. Ella lo amaba aunque no muchas veces se lo demostraba y gran parte del tiempo lo culpaba a él de sus desgracias. “¡Tonta, tonta y más que tonta!”, se repetía una y otra vez. Debía hacer algo y pronto, antes que llegara otra y se lo arrebatara para siempre. La pregunta ahora era: “¿Cómo?”

Lo llamó a su celular, pero no contestó. Llamó a su oficina y Fernanda, su secretaria, le dijo que estaba en una reunión. 

—Fernanda —le suplicó Diana—, él no quiere hablar conmigo, ¿cierto? 

—Señora…—no le podía mentir—, me dijo que no le pasara sus llamadas. 

—¿Puedes hacerme un favor? ¿Puedes darme una cita con él? Es que me equivoqué y quiero recuperarlo. ¿Me ayudarás? 

—Por supuesto, señora, yo sé que él la ama mucho —Diana casi pudo ver la sonrisa en los labios de Fernanda—. Puedo hacer una reservación para una cena que él pensará de negocios, pero será una cena romántica con usted, aprovechando que es 14 de febrero, el día del amor. El resto dependerá de usted. 

—Gracias, Fernanda —contestó emocionada. 

—Le mandaré por e-mail los detalles de la reservación. Espero que todo salga bien. 

¿Cómo pudo pensar que Fernanda era su amante? Los celos la enceguecían, muchas veces veía cosas donde no las había y era motivo de discusiones y peleas. 

Aquella tarde se dedicó exclusivamente a ella, se dio un baño relajante con sales aromáticas, se arregló más de lo habitual, se peinó, se maquilló, se pintó las uñas. Se colocó ropa interior sexy y se vistió con el vestido favorito de él. 

Llegó puntual a la “cita”. Estaba nerviosa, no sabía cómo iba a reaccionar su esposo, y más que eso, estaba nerviosa por la anticipación, algo le decía que él la aceptaría de vuelta, quería besarlo, amarlo, que todo volviera a ser como antes. No. Tenía que ser mejor. 

Cuando la vio entrar a la salita privada del restaurant, Claudio quedó de piedra. Estaba más bella que nunca, muy bien maquillada, con ese vestido que… Respiró hondo, debía tranquilizarse. 

—Hoy es el día del amor… —dijo ella nerviosa y asustada— y quería pasarlo contigo. 

Él la miraba con sus ojos llenos de amor. 

—Hubiese sabido que eras tú mi cliente —sonrió feliz—, te hubiese traído un regalo. 

—No importa —aseguró ella—, con que no me rechaces, es suficiente. 

Él se acercó a ella y le tomó la cara entre sus manos. 

—Jamás podría hacerlo. Jamás. Te amo. ¿No lo entiendes? 

—Me dejaste —hizo un puchero. Él la abrazó fuerte. 

—No soportaba verte sufrir tanto por mi culpa. Si no te hago feliz…

—Te he extrañado tanto. Tanto. Perdóname.

—¿Te hago feliz? La verdad —le suplicó él, mirándola a los ojos. 

—No me di cuenta lo feliz que me hacías hasta que te perdí —Sus ojos se aguaron. 

—Nunca me has perdido, mi amor, ni me perderás, si me alejé fue para no lastimarte más. No quería verte infeliz a mi lado. 

Ella lo besó con miedo, con amor, ternura y deseo. Él correspondió de la misma forma. 

—Prometo no pelear más —aseguró ella en su boca —para que no te canses de mí. 

—No lo prometas, así te conocí y así te amo. Extrañaría a mi niña caprichosa.

—¿No te has aburrido de mí?

—Jamás. Ni un solo día. 

Ella lo volvió a besar con pasión, con amor y ternura, siendo correspondida de la misma forma por su esposo, que ahora que se sabía amado, nunca volvería a dejarla. Nunca más. Este día de San Valentín sería el comienzo de una nueva etapa en sus vidas. La mejor. 





3 comentarios:

  1. Bello como todo lo que he leído de ti...

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    1. Gracias por leer y comentar... Saber que te gustó es muy grato <3 <3

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  2. Hola,

    formo parte del club de las escritoras y por su puesto de la campaña "por un club más unido. Te sigo ;-)

    Saludoss

    http://ponybuscasusitio.blogspot.com.es/

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